martes, 27 de octubre de 2009

112 ¿Dígame?






























4 y media de la mañana. Suena el teléfono en casa. "Llamamos para confirmar que han pedido una ambulancia y para decirles que no podemos enviar un médico. Ya que dicen que ese señor tiene un fuerte dolor en el pecho, lo mejor es que le lleven a un hospital y le hagan un electro."
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Me he levantado al oír ruidos y ver luz por debajo de la puerta, algo anormal a esas horas.
Se trata de mi padre. Se ha despertado con una fuerte opresión en el pecho, hacia el lado izquierdo, y le llega casi al brazo y la espalda.
Mi madre acaba de llamar al 112. La respuesta es rápida. Miro por el videoportero y veo el reflejo de las luces de la ambulancia. Me he vestido "a toda leche", y abro la puerta a los enfermeros. Han mandado una ambulancia de la Cruz Roja por ser fin de semana y estar ocupadas otras.
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Mi padre se niega a ir en camilla y se va en una silla de ruedas. Eso sí, puesto que no puedo ir con él en la ambulancia (mi madre sí), me grita desde la puerta del vehículo: "Coge un taxi. ¡Nene, coge un taxi!". Me voy andando hasta el Morales Meseguer. Camino deprisa e inquieto. Llego a la puerta de urgencias antes que la ambulancia. Recuerdo esa entrada bastante bien, demasiado porque hace unos días tuve que dar un abrazo a mi tía y mis primos por lo de mi tío. Muy malos recuerdos.
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Llega la ambulancia. Mi padre entra en su silla de ruedas. Le hacen un electro, un análisis de sangre y no sé qué más. El comportamiento de los empleados y personal sanitario del Hospital es en todo momento correctísimo.
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Le ponen a mi progenitor unos calmantes en vena y nos vamos a la sala de espera de urgencias. Allí comprobamos durante la madrugada todas las tristezas humanas, y a veces la desesperación. Compruebo como una jovencita intenta dormir acurrucada en un sillón, y que ha venido porque no para de vomitar (según habla después por su móvil en voz alta), un magrebí con un comportamiento "extraño" que habla consigo mismo al que han vendado la mano, veo una mujer que llega en camilla con una gran bolsa de hielo sobre la cabeza (lleva grandes pulseras, botas altas...) .
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Llaman a unos familiares de pacientes en cama . Nos llaman a nosotros. La doctora que nos atiende en un "box" es simpatiquísima, y en unos momentos así se agradece una sonrisa. Pregunta a mi padre los síntomas que tiene. Hay que esperar los resultados de los análisis y por la mañana temprano otros.
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Es de día. Sigue el trasiego de camillas, de gente en sillas de ruedas con sus goteros y viales clavados. Llega un abuelico en silla de ruedas, inmediatamente le ponen una mascarilla, una señora sale de un despacho de un médico llorando (lleva un pañuelo en la cabeza, ocultando tal vez la ausencia de cabello), una chica joven con un collarín y las manos vendadas es animada por ¿su novio? que se encuentra en pie con un brazo en cabestrillo. Me voy a comer a casa. Llegan sucesivamente mi hermana, luego mi tío. De nuevo más análisis y pruebas. Aún no se descarta el infarto. Me marcho al fútbol. De camino hacia la Nueva Condomina me llaman: Todo bien, le dan el alta, ha sido algo muscular, pero no el corazón. El Murcia termina perdiendo 0-1 y vuelvo contento a casa. Curioso.
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Mientras recuerdo todo lo que es una noche de urgencias, en un fin de semana..., y el sufrimiento que seguirá para muchas de esas personas...

1 comentario:

Wunderkammer dijo...

Me alegro de que no fuera nada grave.¿Está ya mejor?
Un saludico