domingo, 22 de marzo de 2009

3 de Julio de 1898: ¡Pobre España!




3 de Julio de 1898:

Muy pocos de los oficiales y marinos de la armada española desplazada a Santiago de Cuba han podido conciliar el sueño esta noche: «Nos entregamos al sueño sumidos en tristes pensamientos», escribiría después en su diario de campaña Tomás Benítez, artillero de primera del Vizcaya (...)
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El amanecer es: «Triste, lúgubre».
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«El almirante mandó izar la señal de levar», escribe Víctor María Concas, primer colaborador de Pascual Cervera, «y cuando todos los buques contestaron que tenían sus anclas todas ya aseguradas, la señal de salida fue la de ¡Viva España!, contestado con entusiasmo por todas las tripulaciones». Era, al fin, la de Cervera una señal liberadora: «Todos esperábamos con ansia salir de aquella incertidumbre. El sacrificio se iba a consumar en breve».
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(...) pasó el Infanta María Teresa por delante de los demás cruceros, que por última vez hicieron los honores de ordenanza a su almirante... Un disparo del Iowa hizo ver que los enemigos acudían a sus puestos de combate. Acabábamos de dar la vuelta al bajo del Diamante, y con un silencio sepulcral, impresionado todo el mundo ante el grandioso espectáculo de los buques saliendo por el desfiladero entre el Morro y la Socapa, momento solemne capaz de hacer latir el corazón mejor templado... pedí su venia al almirante, y con ella di la orden de romper el fuego... Mis cornetas sonaron... ¡era la señal de que terminaban cuatro siglos de grandeza, y que España pasaba a ser nación de cuarto orden!. "¡Pobre España!", le dije a mi querido almirante...».
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(...) El Vizcaya prosigue su andar seguido por el Oquendo, el Colón y toda la flota estadounidense. A los dos destructores, el Furor y el Plutón, nunca se les da la menor oportunidad. Su jefe Villaamil ordena una salida tardía y los buques auxiliares estadounidenses mandan a pique al primero, mientras el Plutón se estrella contra la costa.
Cuando el Vizcaya queda rezagado la artillería enemiga se ensaña con él. El comandante ordena entonces que se arríe el pabellón bordado por las damas de la provincia española que le nombra para que no caiga en manos del enemigo. Benítez Francés recupera la escena: «Entonces, con rabia salvaje, desenvainaron los machetes y... las espadas, y empezaron a hacerlo jirones que fueron arrojados en un incendio que había en cubierta... Como, pese a los esfuerzos, no hubo medio de acabar con el escudo, se amarró éste a un lingote de hierro y se arrojó al mar». Vencido también, el Oquendo se dirige a la playa. Afectado por problemas de carbón, el Cristóbal Colón aminora la marcha. El Oregon será su verdugo. A las 13.15 horas se había consumado la derrota más traumática de la Marina española.
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En las filas estadounidenses cuentan un muerto, un jefe de oficinas del Brooklyn, y un par de heridos leves; en las españolas, 350 muertos, 151 heridos y 1.670 prisioneros, según las fuentes más fiables. Para quienes piensen que las gestas compensan las desgracias, sépase que no faltaron detalles de heroísmo: el capitán del Oquendo se ha suicidado después de evacuar su tripulación; Villaamil ha muerto sobre la proa de su barco; sintiéndose morir por las heridas del vientre, el condestable Zaragoza ha pedido una bandera española para envolverse en ella antes de morir; tras perder un brazo se ha oído este grito al alférez de navío Fajardo: «Aún me queda otro para la patria».
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Shafter enviará el siguiente mensaje a Washington: «Mi escuadra ofrece a la nación, como regalo en la fiesta de la Independencia [4 de julio], la destrucción de toda la escuadra de Cervera. Ninguno de sus buques escapó».
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Cervera envía un telegrama bien distinto: «En cumplimiento de las órdenes de V.I., con la evidencia de lo que había de suceder y tantas veces había anunciado, salí de Santiago de Cuba con toda la escuadra que fue de mi mando, en la mañana del 3 del corriente julio... La jornada ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto...».
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(Foto: Monumento a los Héroes de Cavite y Santiago de Cuba, en Cartagena)

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